domingo, 14 de enero de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EN EL CALDERO
Dentro de la premiación de los Globos de Oro se realizó una manifestación del movimiento “#MeToo”. Con contadísimas excepciones las asistentes  acudieron vestidas de negro  en son de protesta.
     El movimiento “#MeToo para romper el silencio” inició a finales del 2017 tras la denuncia pública de acoso que hace la actriz Ashley Judd en contra del director Harvey Weinstein, seguida por una denuncia de Rose McGowan contra el mismo director por violación.  El movimiento #MeToo tuvo tanto impacto que se hizo acreedor del título “Persona del Año 2017” por parte de la revista norteamericana TIME.
     En Francia Sandra Muller, tuitera de “La lettre de'l audiovisuel” da nombre a dicho movimiento con la expresión “#Balancetonporc”.  Posterior a los Globos de Oro surge en aquel país una reacción contraria a los movimientos anteriores, encabezada por Catherine Deneuve expresado mediante un manifiesto en el diario Le Monde en contra del puritanismo de las norteamericanas. Menciona que no todas las expresiones de sexualidad son causal de delito, y  baja de intensidad las expresiones sexuales para dejar en coqueteo consensuado lo que se ha venido señalando como acoso. Y así van las cosas hasta el momento de sentarme a escribir la presente colaboración en la que pretendo expresar mi punto de vista respecto al origen de #MeToo.
     En los últimos veinte años la industria fílmica norteamericana se ha caracterizado por una sexualización desmedida de contenidos.  El sexo es tema obligado en todo tipo de producciones, nada más hay que sentarse un rato a ver cualquiera de los programas “familiares” de la televisión norteamericana para descubrir el exagerado número de veces que mencionan términos relacionados con la genitalidad.  Respecto a los personajes de dichos programas nunca sabremos qué desayunan, dónde compran su mandado o si se lavan los dientes, pero siempre sabremos cuándo, cuánto y con quién tuvieron sexo, aunque no venga al caso mencionarlo. Esta exposición constante de contenidos sexuales lleva a una “normalización” de la sexualidad que conduce al público infantil a suponer que tener sexo siempre, con quien sea y como sea, es una conducta aceptable, o incluso deseable.  Y que conseguir un cuerpo que alcance los estándares de perfección que presenta la televisión, es la autopista a la felicidad.
     Linda Papadoupulos (2010) define la “sexualización” como la imposición de la sexualidad adulta en niños y jóvenes antes de que sean capaces de lidiar con esto mental, emocional o físicamente.  Dicho de otra manera, es la imposición inapropiada de contenidos sexuales a una persona.
     Desde el punto de vista del desarrollo psicosexual, una “normalización” de la sexualidad genera confusión respecto a la propia sexualidad, así como violencia de género;  desubica al chamaco con relación a su propia sexualidad cuando lo somete a estímulos más allá de lo que él es capaz de entender o experimentar en esa etapa.  Además de que ofrece propuestas de identificación poco sanas para una personita que vive su pubertad en la búsqueda de construir su definición como persona frente al mundo.
     En cuestión de contenidos eróticos hay una clara diferencia entre el cine norteamericano y el europeo.  Es notable el excesivo uso de contenidos sexuales, en gran medida ociosos del cine norteamericano.  Nunca he entendido bien la razón, tal vez se deba a una fijación adolescente de sus productores, aunque más bien debe de obedecer a un beneficio económico, y por eso tan reiterativo.
     En el 2008 se publica el libro de Gigi Durham “Efecto Lolita: La sexualización mediática de las niñas”, basado en el personaje de  la novela de Nabokov, misma que habla de la aventura sexual de un cuarentón y una púber. El estudio de G. Durham  aborda esa tendencia a propiciar que las niñas pequeñas asuman patrones de comportamiento inapropiados para su edad, atendiendo a modelos presentados por los medios de comunicación, en particular la televisión.
     Otro resultado muy negativo de esta “normalización” de conductas sociales inapropiadas tiene que ver con la violencia.  Habría que analizar hasta qué punto esos casos inexplicables de ataques mortales a la pareja o al mejor amigo están influenciados por paradigmas de telenovela mexicana, donde la interacción de los personajes suele darse a base de gritos, golpes y amenazas.
     Si un niño o adolescente tiene contacto con determinados contenidos de manera constante, es de esperarse que se genere un cambio de comportamiento a largo plazo.
     Volviendo al #MeToo: En un imaginario sexualizado, ¿podemos esperar algo distinto a lo sexual en el trato cotidiano?  Si el erotismo indiscriminado se presenta como normal y aceptable, que no nos alarme la violencia sexual ni las actitudes sexistas. Es lo que se cocina en el  caldero de la cotidianidad.

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