domingo, 10 de diciembre de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LECCIONES DE OTOÑO
No  hay una razón única sino muchas que vuelven para mí el otoño la época más hermosa del año.  Las tres estaciones restantes hablan de florecimiento, fructificación y decadencia. La sabiduría del otoño me atrapa, por sus nobles lecciones de vida ante la recta final.
     Gozo el verde de los paisajes primaverales, sin embargo los ocres de esta época me cautivan.   Puede permanecer lago rato mirando una sola hoja de maple que luce sus colores cálidos, del rojo al púrpura.  Habla de madurez, de una esencia poderosa del árbol,  que no teme perderse en las hojas que deja caer al suelo, con cada viento que sopla sobre sus ramas.
     Hasta ahora no he conocido una hoja que no caiga con gracia haciendo cabriolas desde el sitio donde brotó y creció –su hogar--, hasta su destino final en el suelo.  Cada una de ellas adopta un estilo muy particular para ir meciéndose, tal vez girando en su trayecto aéreo hasta terminar, del mismo modo que hacen sus hermanas, conformando una alfombra multicolor pero  de corta vida, que pronto termina deshecha por algún otro viento travieso, o por la iniciativa del hombre que llega con su escoba a romper aquel efímero equilibrio foliado.
     Qué lección de desprendimiento, de dejar ir aquel nicho  al que ya no se pertenece. Qué manera de asumir el destino que corresponde a su condición de  expatriadas, tienen las hojas. ¡Tanto qué aprender de ellas!
     El otoño enseña que nada en esta vida es permanente, y que nos corresponde ser dóciles a los cambios que va imponiendo la edad. Esto es, aprender a envejecer con gracia y una  buena dosis de buen humor, pero sobre todo con un sentimiento de gratitud por todo lo que la vida nos ha permitido experimentar.  Es el tiempo de hacer cuentas con nosotros mismos, para entender de qué modo hemos sido bendecidos, de tantas y tan variadas formas hasta el momento de efectuar esta respiración.  El ocre del otoño invita a eso, al agradecimiento.
     Eventos como el vivido en el país la semana que termina  llaman al niño interior que todos tenemos dentro, tantas veces anestesiado, de modo que no alcanza a percatarse de las maravillas que ocurren en derredor.  La formación de cristales de nieve  como estrellas a partir de agua y frío refuerzan mi convicción personal,  de que los prodigios de la naturaleza son incontables, sin embargo vivimos distraídos –como dijera Facundo Cabral-- y no los percibimos.  Salir a ver cómo cae la nieve con sus grandes copos que de inmediato se prenden de la ropa y pronto se derriten; sorprendernos del modo como la nieve forma una alfombra que va cubriendo todas las superficies que encuentra a su paso; divertirnos jugando con la nieve entre las manos como cuando éramos pequeños.  Es un modo de reavivar nuestra alegría innata, que tan fácilmente dejamos que se apague por cualquier razón,  tantas veces absurda.  Es darnos cuenta que no es tan complicado  sentirnos alegres por las pequeñas cosas que suceden cada día, porque finalmente, la felicidad es cuestión de actitud, es como una mochila que cargamos a lo largo de la ruta para hacer del andar algo digno de ser vivido.  Es la provisión que llevamos para recorrer  el camino.
     ¡Cuántas grandes lecciones nos trae el otoño! La mansedumbre para acatar el orden perfecto del cosmos; la docilidad para atender los tiempos que nos va correspondiendo vivir.  La profundidad como seres humanos, para que a pesar de aquello que vamos perdiendo por el camino, no se agote nuestra esencia.  
     Otoño es empatar con la vida y actuar de manera divertida y graciosa, aun en las caídas.  Es descubrir que muchos contemporáneos más están en las mismas circunstancias que nosotros, y sabernos arropados por una hermandad.  Es apoyarnos unos a otros en los momentos difíciles, que por cuestión de la edad van siendo más frecuentes, y es también aprender a ahijar con sentido del humor, aquellas limitaciones que el paso del tiempo nos impone.
     Llegar al otoño no implica desechar nuestros sueños de juventud.  Es emprenderlos de manera entusiasta,  pero ir cerrando círculos de aquellos propósitos que se van cumpliendo.  Es entender de mejor manera que cuando éramos jóvenes, que el paso del tiempo es absoluto, y que querer detenerlo es una forma de engaño que nos roba tiempo.
     Encaminarse por esa recta final es sentir el orgullo de haber llegado hasta este punto en condiciones de seguir andando por cuenta propia.   Es voltear a ver lo afortunado que ha sido nuestro trayecto, colmado de bendiciones que se han hecho presentes día con día.
     Es hacer un alto en el camino para dimensionar el tramo final, efectuar un recuento de aquello que tenemos para una buena marcha, y emprenderla con el mejor de los ánimos.
     ¡Bendito otoño que me permites entender todas estas realidades de la vida de manera tan bella!

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza

EPIFANÍA BLANCA

Me tomó por sorpresa.  Las gotas de lluvia fueron transformándose con rapidez en aguanieve y finalmente en copos níveos.  Mi rutina de la primera hora de la mañana se vio felizmente interrumpida por este regalo del cielo.

La naturaleza nos obsequia una nueva lección cada día.  La mía de hoy fue acerca de la docilidad.  Es maravillosa la forma como los grandes copos de nieve van cayendo, pareciera que se mece cada uno por impulso propio, hasta tocar el suelo.  Al depositarse sobre una superficie lo hacen en completo silencio, a diferencia de sus hermanas las gotas que emiten, desde un discreto “plic” hasta un espectacular “plum” cada vez que chocan con un objeto duro.

Los copos nos enseñan además el sentido de la solidaridad.  Van cayendo uno sobre el otro y sobre el otro, hasta integrarse en una masa homogénea que se adhiere con particular apego a los sitios que toca, y que al filo del mediodía, cuando  el sol asoma y las avecillas que ya se han desperezado, dejan escuchar sus primeros trinos, empezarán a convertirse en agua.

El panorama luce estático bajo ese manto de blancura que se engruesa de tanto en tanto.  No parece haber vida en las calles ni en los patios, como si los seres vivos cuidáramos de no romper ese encanto con algún movimiento, y hasta el más ruidoso de los chamacos guardara sus sonoras manifestaciones para después.

Viene a mi mente la palabra “paz”. Este blanco bendito que todo cubre y calma nos invita a creer en ella, a revestirnos de su pureza, en particular en esta temporada cuando los ánimos –de manera paradójica al sentido de la fiesta-- fácilmente caldean por efecto de la agitación y el alcohol.

Doy gracias a Dios por esta hermosa lección previa a la Navidad, que me ayuda a no perder de vista cuál es la esencia de la fiesta, el sentido último de la celebración.  Se trata del amor en la mayor de sus manifestaciones, se trata de Jesús que vino para dar la vida por cada uno de nosotros.  

...Que mi corazón no lo olvide.


Luces navideñas desde Málaga

La famosa calle Marqués de Larios durante el arranque de la temporada navideña 2016

El pino de St. Martin de Paulo Coelho


Un dí­a antes de Navidad, el cura del pequeño pueblo de St. Martin, en los Pirineos franceses, se preparaba para celebrar la misa, cuando empezó a sentir en el aire un perfume delicioso. Era invierno, y hací­a mucho que las flores habí­an desaparecido, pero allí­ estaba ese aroma tan agradable, como si la primavera se estuviese adelantando.

Intrigado, salió de la iglesia para buscar el origen de semejante maravilla, y acabó encontrando a un muchacho sentado frente a la puerta de la escuela. Junto a él, habí­a una especie de árbol de Navidad completamente dorado.

– Pero, ¡qué belleza de árbol! – dijo el párroco -. ¡Con ese aroma divino que desprende, parece que ha tocado el mismí­simo cielo! ¡Y está hecho de oro puro! ¿Dónde lo conseguiste?

El joven no reaccionó con especial alegrí­a a los comentarios del religioso.

– Es cierto que este árbol, como usted lo llama, cada vez ha ido pesando más mientras lo cargaba hasta aquí­ caminando, y que las hojas se han puesto duras. Pero eso no puede ser oro, y me da miedo pensar en lo que dirán mis padres cuando vean lo que les traigo.

El muchacho relató entonces su historia:

– Hoy por la mañana salí­ hacia la gran ciudad de Tarbes para comprar un árbol de Navidad con el dinero que mi madre me habí­a dado. Pero ocurrió que, al cruzar un poblado, vi a una señora mayor, sola, sin familia con quien celebrar la gran fiesta de la Cristiandad, y le di un poco de dinero para la cena, confiado en que luego sabrí­a arrancarle un descuento al vendedor de la floristerí­a.

»Al llegar a Tarbes, pasé frente a la gran prisión, y habí­a allí­ algunas personas esperando la hora de la visita. Estaban todos tristes, pues iban a pasar esa noche lejos de sus seres queridos. Escuché que algunas de estas personas comentaban que ni siquiera habí­an conseguido comprar un pedazo de tarta. En ese mismo momento, impulsado por ese romanticismo que tienen los de mi edad, decidí­ compartir mi dinero con esas personas que lo necesitaban más que yo. Apenas guardarí­a una mí­nima cantidad para el almuerzo. Como el florista es amigo de mi familia, seguro que me darí­a el árbol, a cambio de que yo trabajase para él durante la semana siguiente, pagando así­ mi deuda.

»Sin embargo, cuando llegué al mercado me enteré de que el florista que conocí­a no habí­a ido a trabajar. Intenté por todos los medios que alguien me prestase dinero para comprar el árbol en otro lugar, pero fue imposible.

»Me dije a mí­ mismo que conseguirí­a pensar mejor con el estómago lleno, así­ que me dirigí­ a una fonda, pero se me cruzó un niño que parecí­a extranjero y me preguntó si podí­a darle alguna moneda, pues llevaba dos dí­as sin comer. Imaginando que el niño Jesús alguna vez también debió pasar hambre, le entregué a este otro lo poco que me quedaba, y me volví­ para casa. En el camino de regreso, le rompí­ una rama a un pino, y luego intenté retocarla, como podándola, pero fue poniéndose así­ de dura, que parece de metal, y no se parece ni de lejos al árbol de Navidad que mi madre está esperando.

– Pequeño amigo – dijo el cura, el perfume de este árbol tuyo no deja lugar a dudas: ha sido tocado por los Cielos. Déjame contarte lo que falta de tu historia:

»En cuanto te alejaste de aquella señora, ella inmediatamente pidió a la Virgen Marí­a, madre como ella, que te devolviese de alguna manera el favor recibido. Los familiares de los presos pensaron que se habí­an encontrado con un ángel, y rezaron agradeciéndoles a los ángeles las tartas que consiguieron comprar. Y el niño con el que te cruzaste, por su parte, le dio las gracias a Jesús por haber saciado su hambre.

»La Virgen, los ángeles, y el propio Jesús escucharon las peticiones de toda la gente a la que ayudaste. Cuando rompiste la rama del pino, la Virgen puso en ella el perfume de la misericordia. Mientras caminabas, los ángeles iban tocando sus hojas, transformándolas en oro. Por último, con todo ya concluido, Jesús examinó el trabajo, lo bendijo, y a partir de ahora, a quien toque este árbol de Navidad se le perdonarán los pecados y se le cumplirán los deseos.

Y así­ ocurrió. Cuenta la leyenda que el pino sagrado aún se encuentra en St. Martin; pero su poder es tal que su bendición alcanza a todos los que ayudan al prójimo en la ví­spera de la Navidad, por muy lejos que se encuentren de este pequeño pueblo de los Pirineos.

Carlos Kasuga: La importancia de la educación

Agradezco a Daniel su magnífica sugerencia.

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


¿Vamos agregando años a la vida, o vida a los años? Ambas cosas son ciertas. Pero la primera sin la segunda no tienen sentido, vano sería vivir la vida solo dejando pasar el tiempo sobre nosotros y envejecer sin habernos dado la oportunidad de reconocer en ella la maravilla que significa nuestra existencia en este mundo.

Encontrar en los detalles más pequeños la presencia de un ser supremo que nos ha construido el mejor de los escenarios para desarrollar el papel que cada quien tenga a bien interpretar. Darnos además, como si fuera poco, más de una ocasión para hacerlo.

Las oportunidades que valen la pena a veces llegan más de una vez a nuestras vidas, como dispensando la ceguera que pudimos tener al no haberlas aprovechado en su momento. La vida es noble, sin ser un camino recto y llano que nos lleve directamente a un destino, con tramos sinuosos, con laberintos a veces, pero siempre proporcionándonos la ocasión de que a través de estrategias, de actitud seamos capaces de retomar el rumbo.
La vida es justa, pero a veces nos ajusta tanto que parece apretarnos el alma, y sin embargo no ahorca, no, cuando sabemos enseñorear el espíritu y crecernos al castigo. No ahorca, si entendemos que la felicidad está tan a la mano, como nuestra capacidad de ver más allá de lo que nuestros ojos miran. No lo hace, cuando la podemos ver a través de ese maravilloso lente de aumento que amplía los más pequeños detalles esenciales en la vida, aquellos que finalmente nos hacen más que mortales, humanos en toda la amplitud de la palabra. Una vida  que nos atrapa y nos guía dándonos la mayor certeza de que vamos por el camino correcto, si logramos mirar la vida a través de ese mágico cristal que es el amor.

El mejor regalo de Navidad: Video inspiracional

Enrique: Gracias por tan valiosa sugerencia.