EL NOMBRE DEL JUEGO
Los grandes delitos son algo así como la punta del iceberg
que evidencia los comportamientos sociales de cada época. Los delitos actuales son similares a los de hace cincuenta o cien
años, sin embargo tienen elementos nuevos que los vuelven diferentes y nos
invitan a la reflexión ciudadana. A partir de ello estamos obligados a preguntarnos
cómo está funcionando la figura de
autoridad en los procesos educativos de nuestra sociedad.
Allá por 1946, cuando surgió en los Estados Unidos el libro
“Tu hijo” del pediatra Benjamin Spock, mucha de la metodología que utilizaban
los padres para educar a sus hijos en el hogar comenzó a cambiar. Los detractores del Dr. Spock afirman que a
partir de la propuesta de dicho libro, que pugnaba por evitar castigar a los
hijos para que no se traumaran, sobrevino la crisis de valores que padecemos
hoy en día. En tanto los simpatizantes
del galeno afirman que su método ayudó a flexibilizar las rígidas estructuras
disciplinarias hacia los hijos que
prevalecían hasta entonces. Habría que
ver con óptica antropológica qué sucedió
y de qué manera repercute setenta años después.
El libro del Dr. Spock se publicó a finales de la Segunda Guerra Mundial,
cuando sobrevino la Guerra Fría, y poco antes del inicio de la Guerra de Corea. En dichos conflictos bélicos Estados Unidos tuvo participación activa, lo
que repercutió en el núcleo familiar. El hombre partía al frente de batalla y desde ese momento reinaba en el hogar la incertidumbre de si regresaría y en qué
condiciones lo haría. Por su parte la
mujer tuvo que salir a trabajar fuera de casa, tanto para obtener un ingreso
familiar como para apoyar en la producción de implementos bélicos, reduciendo
la hasta entonces plena atención de los hijos. Mucha pero mucha culpa flotaba
en el ambiente, por lo que el concepto del Dr. Spock de no infligir mayores
heridas a los hijos cayó como anillo al dedo.
Los niños de los cincuentas, jóvenes de los sesentas, tuvieron más libertad y menores inhibiciones
para expresarse, surgió el Movimiento Contracultural de finales de los años sesentas
con sus campañas a favor de la paz y el amor, junto con el rock, el consumo de
drogas y el uso de la píldora anticonceptiva. Además había una nueva razón para protestar, esa
razón se llamaba Viet Nam.
Quienes tenemos edad suficiente para haber conocido aquellos
movimientos y medirlos frente a los actuales, vemos una gran diferencia. Los delitos que ocurren hoy en día dan cuenta
de que la figura de autoridad es
totalmente ignorada, se actúa a partir
de un egocentrismo profundo, de modo que todo lo que estorbe a los propósitos
del propio yo es eliminado, así se trate de vidas humanas.
Muy en el fondo me parece que está influyendo mucho la falsa idea de los
padres de conquistar a los hijos más que
educarlos, de ponerse de su lado, de concederles una posición jerárquica que no
les corresponde, y que a la larga terminará por perjudicarlos.
Una cosa es que busquemos sentarnos a platicar con el hijo
de diez o doce años, y otra muy distinta es que queramos actuar como su mejor
amigo. Una cosa es ganarnos su confianza
y otra muy distinta es negociarla a costa de nuestra autoridad. Una cosa es reconocer que en cuestiones
tecnológicas nos llevan la delantera, y otra es someternos a ellos.
No sé si como papás
tenemos miedo de perderlos, no sé si nos mueve la culpa o se nos carga la
eventual soledad que llegará el día cuando ellos partan a hacer su vida, de
modo que nos corresponde analizar qué elementos nos mueven a actuar de una
manera que no contribuye a fijar límites.
Nuestros hijos pasarán un tiempo a nuestro lado y el resto ya por su cuenta, haciendo su propia vida, de
modo que por lógica nos corresponde educarlos desde ahora para que aprendan a vivir bien sin nosotros.
Ese fenómeno de la “adultescencia” bien puede tener un
origen similar, adultos de treinta o cuarenta años que siguen viviendo
cómodamente en la casa paterna sin intención alguna de independizarse. Nosotros como padres buscamos cómo seguir
siendo necesarios en las vidas de nuestros hijos, para así salvarnos del
síndrome del nido vacío. Nos ofrecemos a
ayudar en cuestiones que ellos ya deberían resolver por cuenta propia, los
cobijamos bajo nuestra ala y casi los asfixiamos. Una forma de dependencia que parte de nuestra
necesidad de sentirnos indispensables y así no quedarnos solos, que los mantiene anclados
en el hogar paterno, desperdiciando tiempo precioso que les corresponde a ellos
vivir por su cuenta.
Revisemos cómo anda la autoridad en casa y fuera de ella. Las transgresiones del orden no se resuelven
con ley y cárcel, sino que se previenen con
inteligencia y corazón. Educación
temprana, firme y constante es el nombre del juego.