RIESGO DE VIDA
Las conductas sociales han cambiado con el tiempo. Los
jóvenes de hoy pasan pocas horas en comunión con ellos mismos, esto es, la
figura de un observador solitario tratando de entenderse a sí mismo o al mundo
que le rodea es excepcional, resulta una práctica poco alentada y hasta mal
vista en nuestro medio. Los jóvenes
conviven poco, quizás en “reventones” multitudinarios, pero casi no lo hacen fuera
de estos ambientes festivos, tal como hicieron las generaciones de las dos
centurias previas. Lo que prevalece –triste decirlo—es el joven prendido de un
aparato, haciendo caras y riéndose solo, en total aislamiento con respecto al
mundo exterior. En lo personal me llaman
mucho la atención estos jóvenes –ellos y ellas, por aquello de la igualdad de
género--, tanto que quisiera acercarme a preguntarles qué es aquello que
captura su atención al grado de aislarse de cuanto les rodea, además trataría
de descubrir por qué llegan a considerar tan importante una llamada, como para arriesgar
la vida en contestarla mientras conducen.
Precisamente con relación a esta manera de terminar
atrapados por las tecnologías de la comunicación es que surgen problemas
modernos, como la alta tasa de accidentes que ocurren mientras el conductor o el
transeúnte, --porque también se da el caso—va distraído atendiendo al celular,
sobre todo si va escribiendo mensajes de texto.
Si el simple uso de telefonía
celular mientras se conduce, así sea utilizando “hands free” provoca visión de
túnel que estrecha el campo visual, cuanta más distracción se generará cuando el joven tiene la vista puesta en la
pantalla de su celular y no en la vía por la cual transita. Alcanza tal magnitud el problema, que ha dado
pie a la creación de campañas para
desalentar el uso del teléfono celular mientras se conduce, algo que en lo personal hallo muy
positivo para prevenir accidentes con riesgo de graves lesiones o hasta la
muerte. En otros sentidos la tecnología
es la gran culpable a la cual pretendemos colgar responsabilidades, como antaño
se hacía con “las malas compañías” que pasaban a ser las responsables absolutas
de los malos pasos en los que pudiera
andar alguno de nuestros retoños, saliendo nosotros, mediante tal señalamiento,
exculpados.
El uso insensato de tecnologías encierra un riesgo de muerte,
eso lo sabemos y trabajamos para prevenirlo, sin embargo la otra faceta, la que
he dado por llamar en este espacio “riesgo de vida” ha sido poco explorada,
quizá nos refiramos a ella por exclusión, sin darle la importancia que en
realidad merece. La fórmula educativa
de los últimos años está generando
jóvenes frágiles con poca tolerancia a la frustración, que trazan sus metas muy
elevadas, pero no actúan de manera congruente para alcanzarlas. Son jóvenes que quieren un título que les
abra puertas, pero no están muy dispuestos a aplicarse con asiduidad a estudiar
una carrera; cuando solicitan un trabajo esperan el puesto de categoría
“senior”, aun cuando no tienen un respaldo curricular ni para aspirar a una
posición ejecutiva. Son chicos
caprichudos que fácilmente avientan el pandero cuando las cosas no se dan como
ellos lo desean. Tal vez los hemos acostumbrado así, a complacerlos, a
cumplirles todos sus gustos, a no permitir que batallen por lograr las cosas,
no sea que “se traumen”. Recuerdo un
chico que quería ser astrofísico, cuando lo conocí se estaba tomando un año
sabático entre primer y segundo año de bachillerato “para prepararse”. La primera pregunta que me hice al conocerlo
fue: ¿Pero qué tienen en la cabeza sus padres? ¿Por qué lo dejan tomar malas
decisiones en lugar de educarlo?
En ocasiones es la lectura que obtengo de nuestros chicos que viven prendidos de sus
aparatos, una cómoda evasión de la realidad, un decir “estoy pero no estoy”,
como si hubieran colgado el aviso de “no molestar” en la puerta de su propia
vida. Esos chicos que no están
dispuestos a salir de su zona de confort para desarrollarse y ganar a pulso una
posición que los encauce hacia un futuro satisfactorio. Esos chicos que se sienten dueños del mundo y
unos papás que corren tras ellos con algodones en las manos para que, si acaso tropiezan no se golpeen contra el suelo, sin asumir que
los padres no somos eternos, y que actuar así es condenar de ya el destino de
los hijos. Estamos criando una generación
de jóvenes que evita a toda costa el riesgo que implica la vida, aprender a medirse
frente a los obstáculos y tener yerros, como
futuros adultos que viven sus primeros años conociéndose a ellos mismos para
que lo que venga después los halle preparados.
Riesgo de vida que adormecen frente a la pantalla, metidos
en una realidad virtual en la que, cuando las cosas salen mal, cambian de
aplicación, y asunto resuelto.