domingo, 23 de julio de 2017

CUADROS URBANOS por María del Carmen Maqueo Garza


Hoy salí temprano a varios pendientes.  Los domingos al filo de las 7 de la mañana buena parte de la ciudad duerme, las calles lucen solitarias, y las fachadas de los edificios y casas habitación presentan su  cara más tranquila.  
     Viviendo en una población fronteriza, me gusta recorrer ambas ciudades hermanas a esta hora; de alguna manera los pensamientos se acomodan, van tomando el lugar que les corresponde, y siendo hoy domingo, me ayuda a iniciar la semana en buena forma.
      En una de esas aceras del color del grafito, cuando los rayos del sol no las han comenzado a calentar, se hallaba una mancha muy negra, a la distancia pude identificar que se trataba del cadáver de  un gato que algún vehículo habría impactado poco antes.  Lucía entero, aunque a mediación de su cuerpo se adivinaba una porción rojiza que correspondía a los contenidos abdominales expuestos.  No pude hacer nada, y pensé en que mis amigos animalistas habrían reprochado mi desinterés, ellos se hubieran detenido para –con todo el amor-- levantar el cuerpo y buscar cómo otorgarle un final digno, pero yo no lo hice, de modo que pensé en expiar mi culpa escribiendo.
     Ya de regreso a casa me topé con una imagen que llevo varios días observando, en el muro aledaño a la cerradura de la reja de acceso, se instaló un  caracol milimétrico que no se ha movido de lugar al menos en 4 días.  No sé nada sobre caracoles, pero no dejo de preguntarme si estará vivo, o si por algún adhesivo natural se quedó pegado a la pared después de muerto.
     Con la imagen del gato que tal vez para esta hora ya haya perdido sus formas sobre el asfalto y la del caracol en el limbo, he reflexionado cómo los humanos emprendemos todo un ritual de muerte, cuando en la naturaleza el término de la existencia se asume de manera simple, a sabiendas de que es un paso más en el ciclo de la vida.  Esos seres que pierden vitalidad habrán de convertirse en elementos que darán pie a nueva vida, así de simple, así de natural.
     En esos ratos cuando me da por pensar en mi propia muerte traeré a la mente estas dos imágenes significativas para no olvidar que la  vida finalmente no es más que un paso más en el orden que guarda  el cosmos, y que vivir de manera sencilla y morir de igual modo, es respetar ese orden maravilloso en el que no somos más que una arenilla.  Obligado cada uno de nosotros consigo mismo a ser la mejor arenilla que pudo haber sido, pero sin perder las proporciones frente a la totalidad inabordable de la creación.

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