PLATÓN Y JAVIER DUARTE
No suele ser mi estilo profundizar en temas de política, más
bien me valgo de algunos de ellos para orientar mi reflexión semanal hacia
tópicos que me apasionan y de los cuales pudiera hablar un poco más. El análisis de la política y de los políticos
lo dejamos para quienes sí sepan del asunto y tengan calidad moral para opinar.
Un tema que sigue dando de qué hablar es la graciosa huida
de Javier Duarte, al cual ahora nuestras autoridades no localizan. Resulta cándido que la SRE haya ayudado al
hoy prófugo a preparar los pasaportes de su familia días antes de que él
metiera la licencia al cargo. Lo vemos así, con ternura, o lo vemos como parte
de toda una maquinación institucional para facilitar su huida.
Y claro, vienen las consecuencias lógicas de las acciones,
Javier Duarte desaparece, todos sus allegados se amparan, y comienzan a surgir
de la nada propiedades a su nombre en el estado de México, en la Unión
Americana y en España. El gobierno
mexicano, no está en posición de rematarlas para recuperar esos dineros para
México, situación que no deja de generar malestar entre los mexicanos, aunque
no seamos veracruzanos.
En estos ratos de profunda desazón, cuando a lo de Javier
Duarte se suman actos corruptos y de mala administración de muchos otros
personajes públicos, como que se nos arruga el pericardio y nos dan ganas de
llorar, más del coraje que otra cosa… Entonces es cuando la literatura resulta
sanadora, los textos aletean alrededor de la cabeza, y tomamos alguno de ellos
para buscar convencernos de que no todo está perdido. Así es como llegaron a mi mente aquellos
Diálogos de Platón que leí por primera vez en una edición de Porrúa que puso en
mis manos de adolescente mi señor padre.
Ahora que los retomo me aboco a leer lo que nos dice aquel filósofo
griego acerca de la justicia y me encuentro lo siguiente en su diálogo sobre
Justicia y República: “La justicia es la devolución de lo que se debe”, ¡Qué
maravilla! Y echa mano de lo que para los cristianos son virtudes teologales:
prudencia, fortaleza y templanza, que aplicados a la sociedad representan el
pensamiento racional de los filósofos, la defensa a cargo del ejército, y las
actividades que tienen que ver con la producción del resto de los ciudadanos,
respectivamente.
En este punto Platón ya me ha provocado una especie de
tranquilidad, comprendo entonces que vivir en un país donde emergen de su
agujero como topos los personajes que obran de manera contraria a la justicia, no
significa que todo esté perdido. Que el
cambio hacia una sociedad justa en todos sus niveles está en nuestras manos,
comenzando con educar a los más pequeños.
Educarlos, no con discursos y castigos, sino con el claro ejemplo de
nuestra vida cotidiana, que es el mejor maestro. Esto es, para que un pequeño asimile el
concepto pleno de la justicia social, yo como adulto formador debo abstenerme
de decir mentiras, de violar normas, de sacar provecho indebido. En ocasiones ejemplos tan cotidianos como
sería tirar a la vía pública un vaso desechable o una servilleta de papel
mientras circulamos, está enviando un mensaje contrario a la justicia para esos
pequeños que pronto se acostumbran a ello y dejan de percibirlo como violatorio
del orden. Del mismo modo sería ocupar
el cajón de discapacitados cuando no lo requiero, aun cuando mi vehículo traiga
placas porque en ocasiones saco de paseo a la abuelita. O decir una mentira al vendedor, o al amigo
que llama por teléfono para pedir un favor…de estos pequeños hilos cotidianos
se va formando la gran madeja de la que luego salen torvos personajes que tanto
dañan a nuestro México.
Platón y Sócrates manejan los términos de alma individual y
alma colectiva. ¡Y qué poco pensamos en
ellos! Nos queremos convencer de que en
esta vida todo está bien, nada está mal, y hay que lograr ahorita por aquello
de que se acabe, así que nos lanzamos como el niño “ganón” de la piñata, a no
dejar gallina con cabeza. Y en realidad
resulta tan absurdo: ¿Para qué quiero cuarenta carros deportivos de lujo? ¿A
qué horas voy a manejarlos todos? ¿Será que siento que me conceden valía porque
en patín del diablo o en un modesto sedán no valgo nada?...
Platón es muy claro al señalar que como base de toda esta
concepción de excelencia como sociedad se halla la educación, y en el primer
estrato de esta educación se encuentra la familia. Hora entonces de volver los ojos a la
familia, cuna de esa civilización justa que hoy en día parece una utopía
inalcanzable.
En otras circunstancias muchos de nosotros pensaríamos en el
suicidio. Para nuestra fortuna existen los libros y a nadie le está prohibido
leer –al menos no todavía--, y la literatura está en cualquier biblioteca,
esperando amorosa que la procuremos.