Y SERÉIS COMO DIOSES
Inicio este escrito relativo al Día del Médico con el Génesis,
el momento cuando el Demonio tienta a Adán y Eva a probar los frutos del árbol
prohibido aduciendo que al hacerlo serían iguales a Dios, y de este modo apelando
a la soberbia. Sin embargo en el Nuevo
Testamento Lucas da otra lectura al pasaje y habla acerca de imitar a Dios en nuestra forma
de conducirnos frente a nuestros semejantes, proveyendo de un significado
totalmente distinto a la expresión original: “Y seréis como dioses”.
La profesión médica
en estos tiempos enfrenta un complejo panorama, por un lado ha dejado de ser
aquella condición que permitía a un profesional vivir holgadamente a lo largo
de su vida, y para los estándares del capitalismo adquirir tempranamente una
casa habitación, cambiar de vehículo periódicamente, viajar a cualquier parte del
mundo cada dos años, y enviar a sus hijos al colegio de paga más costoso. Desde hace algunos lustros esta bonanza
automática ha quedado atrás, y hoy el médico tal vez viva toda su etapa
productiva dentro de la práctica institucional, o yendo de aquí para allá con
alguna otra actividad dentro del campo de la salud, que le proporcione una vida
cómoda, modesta, y –por desgracia-- no exenta de sobresaltos. Pero el llamado sigue existiendo y no se
agota entre jóvenes preparatorianos que
aspiran a convertirse en galenos.
El primer requisito
es entonces, amar el quehacer médico por encima de todas las cosas, de manera
de estar dispuestos a desempeñar la
profesión en cualesquiera condiciones que se presenten para hacerlo. Cuando algún joven me pregunta cómo identificar
si es o no su vocación, suelo presentarle
una analogía para ejemplificar: El que quiere ser pianista debe partir de su
amor a la música, y no de la fama que le
daría convertirse en pianista de talla internacional. Si esto último es lo que le mueve a
convertirse en músico pudiera fracasar, puesto que no está partiendo de una
convicción absoluta de tocar el piano, sino del deslumbramiento
que provocan aquellos elementos que adornan la profesión musical. Emprender una preparación que
exige muchos sacrificios y dedicación, sin tener garantía alguna de convertirse
en el pianista internacional que se soñó, puede conducir a la mayor de las
frustraciones, por lo que habrá que valorar muy bien si en realidad es el
camino correcto.
Cuando un joven
está convencido de estudiar Medicina, puede
saber desde el primer momento que algún día participará de
modo directo en el cuidado de la vida humana, cumpliendo entonces con lo que
originalmente Dios propone, esto es, esforzarnos por ser perfectos como
perfecto es Él, y a través de la acertada aplicación del conocimiento
convertirnos en instrumentos santos a través de los cuales pueda obrar Él para conservar o devolver la salud; mitigar el dolor; sanar el espíritu o confortar al que sufre. Todo ello estará algún día en manos de esos jóvenes
que hoy se preparan a conciencia.
Para ser un buen
médico primero hay que ser una buena persona.
Nuestra sociedad requiere profesionales con elevada ética, quienes
invariablemente se orienten a la consecución del bien común, de modo de ejercer
la profesión con igual entusiasmo y devoción, así sea el paciente el hombre más
rico, o el mayor de los pordioseros. Que
se tenga la capacidad de traspasar todas esas capas externas para llegar a la
médula y descubrir que en esencia todos somos iguales y que tenemos el mismo valor como personas.
En este “seréis
como dioses” habrá que cuidarnos de no torcer el sentido de las palabras para
ir a caer en la soberbia, en comenzar a sentirnos como tales y considerar que
tenemos la última palabra frente a la vida del enfermo. Muy fácil que “perdamos piso” embriagados por
los vastos conocimientos científicos, hasta el punto de llegar a pensar que
somos los únicos dueños de la verdad.
¿Qué vida se quiere
vivir? ¿Qué orientación se piensa dar a cada día de la misma para mantenernos
con la pasión encendida? Solamente los
ideales que están por encima de nosotros mismos son los que nos mantendrán con
la vista puesta en lo alto, y dispuestos a avanzar más y más cada día. Cuando nuestros objetivos no van más allá del
propio entorno personal, el entusiasmo es llama que se apaga con cualquier
vientecillo.
La profesión médica
permite vivir una vida con propósito, que nos mantenga con el deseo de ser
mejores cada día para bien propio y de nuestro mundo. Es un modo de conocer más a fondo los
prodigios de la naturaleza dentro del cuerpo humano para reconocer con toda
humildad que entre más se conoce, más grande la convicción de que Dios existe.
Como dijo Louis Pasteur: Un poco de ciencia aleja de Dios, pero mucha ciencia
devuelve a Él.