LEGADO DE UN JOVEN SUICIDA
Jake Bilardi, nació en Australia hace 18 años; se incorporó meses atrás al Estado Islámico, y
presumiblemente murió esta semana en un ataque suicida en la guerra entre Siria
e Irak, cumpliendo la mayor aspiración de su vida. Aunque, como una mala jugada de la misma
vida, murió inútilmente, pues lo único que provocó del lado de Irak fueron
algunos daños materiales, después de que tenía años fantaseando con ser un mártir
yihadista.
Una historia como esta nos obliga a la reflexión, y nos
recuerda un tanto a los autores del atentado del Maratón de Boston hace casi
dos años. ¿Qué lleva a un joven de clase
media a fantasear febrilmente con convertirse en terrorista que da la vida por
una convicción? Al formular esta pregunta surgen muchas más que difícilmente
podremos contestar. El blog de este
joven pone en evidencia su aislamiento social y su obsesión de abrirse camino hasta Siria para
ofrendar su vida a Alá. Los primeros
comentarios al respecto son de cuatro
años atrás, y comenzaron a intensificarse en tono y frecuencia durante el
último año, hasta que finalmente dejó Australia rumbo a Siria, para incorporarse al Estado Islámico, lo que condicionó que su pasaporte australiano
fuera cancelado por su propio país.
Los comentarios son impactantes: Se refiere a los
compradores durante una oferta comercial como “cerdos parlantes”. Habla de su
país como “un sitio lleno de corrupción
e inmundicia, con gente loca a la que hay que decapitar.” Además revela sus
planes de bombardear varios sitios públicos en Melbourne, y se refiere a Malala
en términos peyorativos rematando con la idea de meterle diez balazos en la
cabeza… Y así podíamos seguir con más de sus publicaciones que hablan de un
joven cargado de rabia contra su propia gente, que definitivamente no cree en
ella, y a la que desea aniquilar.
Lo primero que viene a la mente: ¿No hubo quién detectara lo
que estaba sucediendo en la vida de este chico? ¿Ningún familiar, o autoridad
escolar, o amigo que alertara acerca de sus planes…? Pero más allá había que
analizar qué estado interno lleva a un individuo a rechazar y condenar todo
cuanto le rodea, y soñar con borrar ese escenario por la vía violenta.
En lo que a nosotros corresponde, llama a revisar si no
estamos criando niños a los que más delante,
de jóvenes se les instala un profundo vacío dentro del pecho, que
finalmente los lleva, en el caso extremo, al estado que manifestaba Jake
Bilardi en los últimos años.
Nos lleva a medir hasta qué punto estamos formando niños
cuyas necesidades y caprichos son satisfechos de manera inmediata, de modo que
aniquilamos en ellos la voluntad de establecer y alcanzar propósitos a largo
plazo, además de que les apagamos toda capacidad de asombro.
Algunas veces interviene cierto grado de chantaje, producto
de ese sentimiento de culpa que desarrollamos al suponer que no estamos a la
altura de ser los padres que el chico quisiera tener y conste, no digo los padres que el chico
necesita.
Quizá rodeamos al pequeño de cosas materiales, y antes de
que pueda decir “mi alma” ya corrimos con el montón de cosas para complacerlo,
hasta volverlo un pequeño tirano. Que
coma lo que quiera; que haga lo que quiera; que duerma cuando quiera… Este niño
consentido está pidiendo a gritos un marco disciplinario para su desarrollo
psicosocial.
…No queremos que le dé el aire, ni que llore, ni que se
mortifique. Pretendemos hacer de él el
niño más feliz del mundo, a un costo muy elevado para su vida futura.
Un adolescente aislado es síntoma de un problema de toda la
sociedad, o fue rechazado, o se siente rechazado, o él mismo genera condiciones
para que lo rechacen. Es como si
coloquialmente dijera: “Como no me aceptan, voy a dar suficientes motivos para
justificar su rechazo hacia mi persona”.
Un adolescente que no parece hallar en su vida actual ningún
motivo que le inyecte entusiasmo o ganas de vivir, se convierte en expositor de
ese vacío que ha anidado en su biografía como ave de mala muerte.
Ese chico que sueña con dar la vida por una causa, lo hace
gustoso de haber encontrado un motivo más allá de sí mismo que lo lleve a
sentir que su vida tiene sentido.
Se necesitan padres y cuidadores firmes, conocedores, que
entiendan que la educación no es “pasar el rato sin broncas y ya”. Cada uno de nosotros está obligado a
visualizar la trascendencia del propio actuar de hoy con ese niño que será el
adulto de mañana.
Jake no logró sus fantasías de mártir suicida como lo soñó;
nos deja en cambio un doloroso legado que invita a evitar que en nuestro entorno
cunda, como mala yerba un desencanto de muerte como el suyo.