¿QUÉ ESCENARIO ESCOGES?
La humanidad se
divide en dos mitades: La de quienes aman el calor y en invierno se deprimen, y quienes parecemos
revivir en la medida en que las temperaturas van bajando y los días se
acortan. Es de este modo como las
fiestas decembrinas, que celebramos con frío en el hemisferio norte, para
algunos son motivo de tristeza, mientras que otros nos cargamos de energía a lo
largo de la temporada.
Para la
depresión invernal se han postulado muy diversas teorías, una buena parte de
ellas tiene qué ver con la intensidad de la luz y sus efectos en la liberación
de neurotransmisores, en tanto la otra habla de esa melancolía que surge cuando
recordamos a aquellos seres queridos que se nos han adelantado, cuya ausencia
se patentiza más en esta temporada.
Lo anterior
tiene mucho qué ver con la forma como enfrentamos la muerte en occidente. Vamos avanzando por la vida y teniendo más
edad, pero invariablemente nos comportamos como si la muerte nunca nos fuera a
tocar a nosotros. Son momentos
contados, el fallecimiento de una persona cercana, o una situación que nos pone
de manera personal en peligro de muerte, cuando cobramos plena conciencia de
que como seres vivos, invariablemente tendremos un término de nuestra vida en
el planeta, por más que pretendamos sacarle la vuelta.
Si partimos de
la aceptación de la realidad de nuestra propia finitud, tendremos ocasión de
disfrutar más cada día de vida, a partir de la consigna de que no hay segundas
ediciones, y que lo que hoy desaprovechamos, no vuelve a repetirse de igual
manera más delante. Y por otra parte,
al menos es mi caso, en ocasiones como la Navidad y el Año Nuevo tenemos la
oportunidad de evocar momentos que pasamos con esos seres queridos que hoy ya
no están con nosotros. A partir de esa
misma condición perecedera, las vivencias que tuvimos a su lado adquieren un cariz
especial, que nos permite atesorarlas como dulces memorias.
En ocasiones es
alguna tonada, un objeto de la colección de figuras navideñas, o algún aroma en
la cocina, que nos transportan como por
magia a algún momento vivido años atrás con una de esas personas que hoy ya no
están con nosotros. La convivencia
familiar nos permite evocar juntos esas
memorias, ensancharlas, enriquecerlas y profundizarlas, y así transmitirlas a nuestros hijos como parte del
patrimonio familiar intangible.
La receta de la
abuela, o el sazón de mamá…esa canción
que cantaba con tanto gusto el padre, o el hermano, y que hoy lo trae nuestra
memoria hasta colocarlo entre nosotros… son los momentos que vencen las
barreras del tiempo y de la ausencia para enriquecer la convivencia familiar.
Sabemos que la
depresión no se resuelve con decirle a la persona que la padece que ya no se
deprima, pero con toda seguridad sí se ahonda cuando agregamos elementos
satélite que vienen a reforzar ese sentimiento de tristeza inacabable. La voluntad no es suficiente para hacerla a un lado, pero en
definitiva sí contribuye para evitar que nuevos elementos se sumen a la depresión
para acrecentarla.
Un cambio de
actitud mucho favorece: Si dejamos de recordar al ser querido que murió por su
muerte, y comenzamos a recordarlo por lo mucho que nos regaló en vida.
Si vamos
enfocando las ausencias haciendo recuento de las bendiciones que recibimos.
Si nos ubicamos
en pensar que ahora, como adultos, tenemos los elementos suficientes para
construir un escenario a nuestro gusto, algo por lo que somos muy afortunados.
Si en vez de
pretender inútilmente regresar a ese pasado que ya no existe, comenzamos a vivir con toda la intensidad lo
único real, que es el presente.
Si en vez de
llorar los amigos que ya partieron, levantamos el teléfono y llamamos a aquel
amigo que hemos dejado de ver; si invitamos a tomar un café a esa otra amiga, o
nos lanzamos a ampliar nuestro círculo
de amistades.
Si en lugar de
lamentar lo que no tenemos, o para lo que no nos alcanza el dinero, comenzamos
a dar gracias al cielo por lo que sí tenemos, y de eso –mucho o poco—que nos
pertenece, nos regalamos la dicha de compartir con el que no tiene.
¿Qué pasa en
nuestro interior si dejamos de sentirnos víctimas y comenzamos a actuar como
los directores de la historia de nuestra
propia vida?
Propongámonos
ser esa persona con la que a todos les gusta convivir. Desechemos el traje gris y harapiento, y vistamos
al espíritu con nuestras mejores ropas.
Nadie más va a
venir a hacer por nosotros lo que nosotros mismos no queremos hacer para
beneficio propio.
En nosotros está
la libre elección; las opciones nos están esperando.