OTRA LECTURA
Dentro de las actividades del Taller de Historia de la
ciudad de Piedras Negras, que me honro en presidir, contamos esta semana con la
participación del profesor Pedro César Castro Escobedo, entusiasta historiador
y periodista, quien nos compartió sus reflexiones personales acerca de eventos
que han marcado nuestra historia como país.
Ningún momento más apropiado que el actual para emprender la lectura obligada
que nos anime, como sociedad civil, al
necesario cambio hacia la urgente reparación
de nuestra nación.
Lamentable, lo que inició como un conflicto municipal en Iguala no fue atendido con
oportunidad, creciendo hasta alcanzar dimensiones extraordinarias. En la búsqueda de los normalistas desaparecidos
se viene destinando una importante cantidad de recursos en una tarea que a
ratos se antoja ociosa; el tiempo y lo infructuoso de la búsqueda apuntan a
señalar que los 43 normalistas hayan muerto desde el principio, en un monstruoso
crimen de estado al cual no encuentran ahora las autoridades cómo dar salida, y
que ha trascendido a instancias internacionales.
Como la punta del iceberg, pone de manifiesto dos fenómenos que por
desgracia se han vuelto poco menos que la
constante a partir de la complicidad –voluntaria o forzada- que vienen teniendo
los diversos órdenes de gobierno con la delincuencia organizada; corrupción e impunidad,
que a la vuelta del tiempo han generado una serie de fenómenos “satélite” que
acabaron de dañar el ya deteriorado tejido social.
Se va cayendo con el tiempo en la falacia de “si todos lo hacen, ¿por qué yo no?”,
actitud que afecta las diversas interacciones de la sociedad civil. Un ejemplo, al circular en un vehículo sin placas, obtengo
dos beneficios: Me ahorro el costo del plaqueo, y me salvo de una infracción por no obedecer los señalamientos de tránsito,
pues no pueden indentificarme. Ergo: Sólo los estúpidos están al corriente en
sus derechos vehiculares.
Trato de sacar ventaja de mi posición, sea cual fuere, pues
nada más un tonto no lo haría. Por
tanto, el actuar honestamente es signo de debilidad.
Evito cualquier gesto de amabilidad y respeto; por el
contrario, soy poco o nada cortés, y “ganón”,
haciendo ruidoso alarde de mis influencias.
Busco a toda costa una posición que me permita enriquecerme en el corto
plazo. Y claro, la nula rendición de
cuentas, y el mantener una política de apariencias, me facilita lograrlo,
recordando que estamos en un país donde no pasa nada y todo se arregla de una u
otra forma.
La verdad ha caído en desuso, cuando la función de la palabra es
utilitaria, en la medida en que me
genere beneficios personales. Se trata
de convencer a toda costa, así sea con una ristra de falsas verdades o
absolutas mentiras. Se ha perdido por
completo la honorabilidad que sellaba pactos con el solo valor de la palabra.
Ayotzinapa tiene un lado positivo: Como sociedad nos está
obligando a salir del pasmo y la molicie, y actuar. Para hacerlo tenemos dos caminos, el violento
que sería el menos recomendable, o el fortalecimiento de las instituciones a
partir de nosotros, la sociedad civil, convencidos de que somos los dueños y
administradores de la nación.
Volviendo al Taller de Historia, hablaba el profesor Castro
de un personaje muy inspirador, Don Ignacio Madero, abuelo paterno de Francisco
I. Madero, quien se desempeñó con total probidad y rectitud a lo largo de su
existencia, viendo de igual manera por sus intereses personales como por los de
sus trabajadores, convencido de que la verdad, la rectitud y la búsqueda del
bien común son la mejor manera de actuar, tanto en la vida privada como en la
función pública.
Es momento de comenzar a actuar, todos y cada uno, en el
cumplimiento de las pequeñas cosas. En
ocasiones nos falla este rubro, nos
esmeramos a cumplir cuando las luminarias nos enfocan, pero descuidamos esos
pequeños actos, esas omisiones, que a la larga erosionan el tejido social igual
o más que los grandes actos de corrupción.
Respetar las leyes como un principio de orden general,
teniendo la lucidez para entender que es
a través del cumplimiento de todos y cada uno, como se genera una paz duradera.
Comenzar a proceder con calidad humana en nuestro trato hacia
otros, ayudando de esta manera a desterrar la idea de que actuar bien es signo
de estupidez.
Dejar de ser tibios en hacer valer nuestros derechos frente
a quienes detentan el poder de manera inapropiada.
Proceder con tolerancia frente a los errores de otros, pero
no así frente a los añejos vicios del sistema que tanto nos han perjudicado.
La ética significa hacer el bien por convicción. Nunca va a lograrse por la vía de la
militarización, sino apelando al ideal de ciudadano que llevamos dentro: La
otra lectura a la Historia de México.