¿Y EL NIÑO, QUÉ….?
Nuestro planeta es, sin lugar a dudas, un ente en
continuo cambio. El tiempo parece
transcurrir a una velocidad cada vez mayor, y partiendo de los medios de
comunicación tecnológica, nos vamos transformando en una sociedad global que
comparte cada vez más aspectos y condiciones, sin barreras. Entonces,
de manera paradójica, en la
medida en que nuestras sociedades crecen, más que diversificarse, se
unifican, y patrones y conductas sociales de un hemisferio se van reproduciendo
en el hemisferio contrario.
En
cuestión de la sexualidad humana, desde la aparición de la píldora
anticonceptiva a mediados del siglo pasado, hasta la actualidad, se ha avanzado
a grandes zancadas. Con el recurso de la tecnología de punta, en
este milenio los embarazos son objeto de prevención; interrupción; conservación,
y manipulación genética, entre otras
posibilidades, algunas de ellas al
margen de los fundamentales aspectos bioéticos.
Con
relación a la identidad sexual, a la fecha existe en muchos países un marco jurídico
que defiende los derechos de que tienen los homosexuales para manifestar
públicamente su orientación sexual sin el riesgo de ser sancionados. En México comienza a darse el concepto de
“leyes de convivencia” que conceden a la pareja homosexual, desde el punto de
vista jurídico, los mismos derechos y prerrogativas que habían sido exclusivos
de los matrimonios tradicionales. Esta
semana se anunció la modificación a la ley del Seguro Social que concederá a la
pareja homosexual de un asegurado derecho a atención médica y prestaciones
previstas en la Ley del Seguro Social.
Ahora
bien, otro punto que se halla en la mesa
de discusión es el derecho de las parejas del mismo sexo a adoptar. Hasta la fecha las parejas homosexuales con
hijos, o bien los consiguieron mediante un proceso de fertilización con la
participación de una tercera persona, o quedó registrado como hijo de uno solo
de ellos como soltero, ya fuera biológico o adoptivo. Pero la opción de registrar a un menor como
hijo adoptivo de dos hombres o de dos mujeres, es lo que está a discusión.
Como en
toda iniciativa de ley, surgen voces a favor y en contra. Desde quienes enarbolan la bandera de los
Derechos Humanos para decir que un individuo ha de hacer valer todos sus
derechos, al margen de su orientación sexual, hasta quienes alegan que la
homosexualidad es una conducta anómala que debe abordarse como tal, y frente a
la cual no deben desplegarse opciones legales como la adopción.
Mi
opinión muy personal, como pediatra, va en otro sentido. Independientemente de cualquier otro
argumento, se está vendiendo la idea de que el niño va a estar mucho mejor en
un hogar que en un orfanatorio, lo que en el caso de parejas homosexuales
pudiera quizá ser cierto dentro de sociedades con otro tipo de mentalidad, como
las europeas, pero que no es en absoluto
el caso de la nuestra.
El
problema de la discriminación a grupos vulnerables ha alcanzado dimensiones
insospechadas en nuestro país. En el
origen del acto de discriminar hay, o bien desconocimiento, u hondos prejuicios. Suele discriminarse al que es distinto a la
gran mayoría, y frente al que, antes que tratar de entender, simplemente se opta
por rechazar y marginar.
Se
discrimina al chaparrito, al gordito, al que usa lentes. Se discrimina al niño discapacitado, al
indígena, al que tiene un padre o una
madre con estigmas sociales. Se
discrimina al que muestra dificultades para adaptarse al grupo; al que luce en
desventaja, y que en opinión de los
líderes no merece unirse al mismo.
Partiendo
de esta realidad que existe a lo largo y ancho del territorio nacional, y que
es palpable en todos los estratos sociales, en escuelas públicas y colegios
privados, no es difícil imaginar qué va a ser de un pequeño adoptado por una
pareja del mismo sexo, en una sociedad como la nuestra. Independientemente de lo que implica no contar con los modelos
tradicionales de “papá” y “mamá” como tales, lo que por su parte no deja de hacer
suponer problemas de identidad sexual y de adaptación social para el pequeño.
Muy
bonito el discurso de la tolerancia, y los derechos de los homosexuales, y la
amplitud de criterios, y las legislaciones… Pero, ¿y el hijo…? ¿Tenemos los
adultos el derecho de convertirlo en conejillo de Indias desde hoy hasta el día
cuando se consiga un cambio de óptica en toda la sociedad? ¿Tenemos derecho a
someter a ese niño a calificativos, insultos, rechazos y señalamientos, en
razón de la orientación sexual de sus padres?
En este
momento nuestra sociedad no está en condiciones de garantizar que una
legislación como ésta favorezca el
bienestar emocional del niño. No se vale andar haciendo experimentos, en
aras de los derechos de los adultos.