PARTIR EN PAZ
(Con especial cariño para la familia de Charles Lagrange )
En lo personal la parafernalia que tiene qué ver
con la muerte me cautiva, pues ella representa el corolario de toda una vida. En
el momento crucial, cuando un ser humano parte, los elementos de su propia
biografía comienzan a alinearse para tomar su posición permanente en la historia de esa
partícula de tiempo que le tocó habitar.
De alguna
manera la muerte de un ser humano, con todo lo que gira en torno a ella, representa una lección intensiva acerca
de la vida. Atestiguar el modo como se
desarrolla una ceremonia de duelo exalta una serie de elementos que existen en
ese núcleo familiar, y que la pérdida de un ser querido viene solamente a
magnificar.
Hace unos
días asistí a cumplir con una amiga que perdió a su esposo. El día del evento habrá sido sin lugar a
dudas, uno de los más fríos de este invierno; a pesar de ser casi
mediodía, las calles lucían solitarias, pobladas solamente por aquéllos que tuvieron que salir por
obligación. En la capilla de velación
se hallaba reunida la familia del fallecido, parte de la cual no conocí hasta
ese momento. Una cosa se percibía de
entrada, lo intempestivo de la muerte los tenía sorprendidos y muy tristes a
todos; se preguntaban cómo era posible que un hombre sano y feliz se hubiera
ido así nada más, lo que en cierta manera acrecentaba el dolor de la pérdida.
Sin
embargo el elemento que permeaba entre todos ellos era otro. Tuve ocasión de charlar con varios de ellos,
y todos coincidían en hablar de un modo
muy cariñoso acerca de ese ser querido;
se les percibía en paz, aun dentro de la pena que los embargaba. Mi sentir en aquellos momentos fue uno solo,
se necesita toda una vida de amor para poder partir de esta manera, en paz,
dejando en los seres queridos nada más que bellos recuerdos.
Cuando
intentamos escudriñar qué ha pasado con nuestras sociedades, avizoramos que
muchos de los fenómenos que se han venido dando tienen qué ver con distorsiones
en nuestra manera de pensar. Hemos desatendido nuestra propia voz interior para
dejarnos llevar por la batahola exterior que nos llama a actuar del modo que
señalan otros para, supuestamente, obtener tal o cual satisfacción interior. Y nos alejamos por completo de nuestros
propios sueños personales, para dejarnos llevar por lo que voces ajenas sugieren
qué debemos hacer, muchas de las veces provocando insatisfacción, crisis y
ruptura.
Morir en
la paz que percibí ese día implica que esa persona vivió atenta a su propio
camino interior, encauzado por principios que lo condujeron por el bien con
rumbo a la verdad. Es la marcha pausada
pero constante, con rumbo seguro, vigilando los elementos que presenta cada etapa del camino. Es no dejarse llevar por los arrebatos de los
sentidos que tantas de las veces nos llevan a extraviarnos.
La unión
que percibí entre quienes lloraban al padre, al esposo, al abuelo, no pudo
haber nacido justo en ese momento. Es
una unión que se había venido fomentando con el tiempo, con la tolerancia, con el
logro de objetivos comunes, y que en ese momento sencillamente se afianza.
El apoyo
y el cuidado que mostraban unos por otros era la consecuencia lógica de aquello
que en vida ese ser querido supo fomentar en torno a él.
Tal fue
el sentir con que regresé a casa una vez concluida la ceremonia luctuosa, ¡qué
bendición para todos cuando nuestro ser querido parte en paz, sin cuentas
pendientes, sin que pesen señalamientos sobre su persona!
Y volvemos
a esta sociedad que entre todos hemos ido creando, con nuestra tolerancia, con
nuestra molicie, con esa pasividad maligna que tanto daño hace. Una sociedad que
ha dado lugar a situaciones complicadas para todos nosotros, y que así nos
cobra la factura.
A ratos
volteamos a ver la magnitud que han alcanzado los problemas y se nos desinfla
el ánimo, sin embargo tenemos qué entrarle a revertir esos efectos que todos
provocamos, y que ahora se alzan frente a nosotros como bestia amenazante. Es necesario comenzar por lo más cercano,
por lo que nos es más conocido, nuestra propia familia. Habrá que proponernos enmendar esos corazones
dañados por el desamor y el descuido, poniendo en ello toda la paciencia y toda la
fe, dispuestos a trabajar día con día para reparar ese tejido social que hoy
presenta tanto daño.
Busquemos
que nuestra labor sea tal, que el día cuando partamos de este mundo nuestros
seres queridos puedan llorarnos así, como a una persona que supo vivir de una manera buena
y amorosa cada día de su vida.
Propongamos hacerlo, no buscando reconocimiento, sino para, en el último aliento, saber que hemos
cumplido.