FIN DEL RECREO
Una de las noticias que ha ocupado titulares esta
semana es la ratificación de la pena de muerte para tres mexicanos sentenciados
por narcotráfico en Malasia. Ellos han
venido apelando la sentencia ante todas las instancias posibles, hasta ahora
sin resultados favorables. Simplemente
se encuentran en un país que no se doblega ante los argumentos ni ante los
vacíos legales que en México parecen funcionar tan bien.
Ello me
llevó a repasar algunos de los asuntos que se cuecen en nuestro país, y que
justo tienen qué ver con desactivar un castigo que se había fijado por la comisión de un delito. Ejemplos hay muchos, pero quepa mencionar la reciente liberación de Caro
Quintero por uno de esos extraños procesos legales que revocan una sentencia.
Algo
similar sucede con los maestros inconformes por el proceso de evaluación que estableció la SEP para ellos. Lo que en un principio fuera una cuestión de
calificar al gremio magisterial, y con base en ello determinar su permanencia
en el sistema, ha llegado luego de muchos meses de marchas y plantones a un
lamentable escenario: El maestro tiene tres oportunidades para presentar el
examen de evaluación. La calificación
aprobatoria es absurdamente baja. Si
luego del tercer intento no fuera aprobado, su castigo será dejar la actividad frente a grupo para pasar a
funciones administrativas, conservando su salario.
Yo me
pregunto: ¿Qué sentido tuvo darle tantas
vueltas al asunto, a un costo tan elevado, para quedar en esto? Los alumnos no
han tenido clases, los maestros han percibido sus salarios íntegros, y con un poco
de malicia pienso que muchos de ellos
intencionalmente se encargarán de reprobar
el número de veces necesario para merecer “el castigo” de la función
administrativa, librándose de estar frente a grupo, lo que resultará en un
exceso de burócratas y una dolorosa carencia de mentores.
Cosa
parecida está sucediendo ahora con los jóvenes aspirantes a instituciones de
educación superior en el Distrito Federal que no resultaron seleccionados en
los exámenes de admisión. Copian los
modos de hacer presión, hasta que finalmente se les conceda la plaza que
quieren. Entonces, ¿qué objeto tiene gastar en un examen finalmente sin sentido, pues de cualquier forma todos los
alumnos ingresan, independientemente de su nivel de conocimientos?
Se ha atribuido
a diversos orígenes esto que pudiéramos llamar “el derecho del mexicano al
apapacho”. Tenemos un sistema de gobierno que ejerce control mediante
beneficios a discreción para los de abajo, desde subsidios, despensas, becas o
pies de casa. Por este camino el mensaje
implícito ha sido: “Pidan y Papá Gobierno se los dará”, y como sociedad
actuamos igual que un niño pequeño, quien primero pide algo por la buena, y si no lo obtiene comienza a
patalear con intensidad creciente, tanto como sea necesario para salirse con la
suya.
Y así
vamos, los gobernantes concediendo y controlando; las bases presionando y
obteniendo, por un camino que en nada
nos ayuda a crecer como nación. Es increíble observar esas movilizaciones
multitudinarias desde estados como Oaxaca o Guerrero a la Ciudad de México, y
aquellos “plantones” que tanto afean y obstaculizan el movimiento en la ciudad capital. ¿Con qué dinero se hacen? ¿Quién paga
camiones, combustible, y alimentos de aquellas multitudes?...
Si en
verdad se pusiera un orden en las finanzas del país, las cosas serían muy
distintas. El temor de los ciudadanos “de
a pie” respecto a las reformas
Energética y Fiscal es, si a fin de cuentas los que actualmente ya pagamos
tendremos que pagar más, mientras que los que despilfarran se darán vuelo al ampliarse sus techos presupuestales. Para muestra, Carmen Aristegui acaba de dar a
conocer la forma como se dispararon los
“gastos de operación” del Senado de la República, en un 2,960%
con respecto al 2012.
Necesitamos
convencernos de que el paternalismo es un mal que urge desechar ya, para instaurar un sistema político y económico
donde las cosas tengan un precio justo sin excepción, rompiendo de una vez con
todas con la lacra de la plutocracia que tanto mal nos ha hecho.
Necesitamos
entender que los países desarrollados lo están, no por obra y gracia del
Espíritu Santo, sino por el trabajo individual y colectivo de sus
ciudadanos. Y que no se trata de pedir,
hacer pataletas y afectar los intereses de terceros, sino de desarrollar cada
cual a plenitud su propio potencial.
Necesitamos
comenzar a funcionar con base en resultados, en un sistema de sana competencia.
Viene a
mi mente una máxima atribuida a Bill Gates: “En la escuela puede haberse
eliminado la diferencia entre ganadores y perdedores, pero en la vida real no”.
Suena el
timbre que indica el fin del recreo; momento
de comenzar a hacerse responsable, cada mexicano de sí mismo, para salir del
atolladero.