TELARAÑAS MEDIÁTICAS
Resulta poco menos que imposible sustraerse a los
contenidos que los medios nos hacen llegar de manera cotidiana.
A
principios de semana me topé con algunas fotografías: Una de ellas corresponde
a conocida cantante internacional que esta vez se presenta desnuda en la
portada de una revista para apoyar algo, no sé si a la marmota baibacina o al elefante
marino.
Y como
ésta podemos hallar exhibición de diversas anatomías con poca o ninguna ropa, unas
protestando, otras anunciando, y algunas más por vender la imagen. El común denominador
en todas ellas viene siendo la desnudez, lo que me hace preguntarme: Después de
que pase el efecto novedoso que en estos momentos ocasiona el aparecer como
Dios las trajo al mundo, ¿qué más venderá mostrar? ¿Irán a compartir sus fantasías
eróticas, sus ocultos instintos asesinos, o sus hábitos intestinales?...
El
desnudo en sí mismo ni me incomoda ni me
alarma. Cuando se trata de cuerpos bien
formados que apelan a la estética de la
imagen los admiro de igual manera como podría admirar un retrato o un paisaje;
lo que encuentro inapropiado es el
mensaje que muchas veces va implícito en estos contenidos. Nada menos, hace algunos días, en un canal
televisivo familiar, dentro de una serie infantil escuché un diálogo entre los protagonistas de trece o catorce años: Uno
le pregunta a otro si ya pidió permiso para tener sexo, como si se
tratara de pedir permiso para ir al cine
o para comprar pizza.
Esto es
lo que me parece un mensaje perverso para nuestros chicos, pintarles un escenario de alta genitalidad en el
que tener sexo es tan normal como lavarse los dientes. Y quienes rodeamos a esos chicos en el mundo
real muchas veces caemos en el juego perverso de los productores, y por temor a
que los hijos nos consideren retrógrados
callamos, y hacemos como que no escuchamos, cuando lo más sano sería, a partir
de ese diálogo televisivo, fomentar un intercambio de ideas con nuestros hijos,
cuestionar lo que se está presentando, qué tan apropiado es, qué riesgos hay de
tener sexo a esas edades, y finalmente escudriñar juntos los motivos que habrán
tenido los productores para presentar las cosas de tal manera.
Habría
qué agregar además, que lo que presenta en este caso la televisión, no
corresponde a la generalidad de los adolescentes norteamericanos que viven con
sus padres; no necesariamente retrata la realidad de aquel país, y mucho menos
debería representar un modelo a seguir en el nuestro.
La
genitalidad se ha vuelto una plaga en los contenidos de los medios de comunicación,
una plaga que sugiere un desprecio absoluto
por cualquier valor de orden inmaterial. La emoción está en la piel, y el asunto es retozar,
llegar a la intimidad, anotar una marca, tomar foto o video, y ufanarse del
logro. En un ambiente de alta
genitalidad, la valía de un individuo estará dada por su apariencia, por su
atractivo sexual, y por su destreza en la cama. Partiendo de este sofisma, cualquier chico
va a sentirse poca cosa si considera que
no empata los estándares dictados por el exterior, frente a los cuales, según
esto, tiene qué medirse.
Si el
chico o la chica no ha tenido una relación cálida y cercana con sus padres, y
no posee una autoestima bien desarrollada,
lo más probable es que al enfrentarse a este mundo –ficticio pero próximo para
muchos adolescentes—sienta que no van a hacerla, pues no tiene la belleza
física, ni el “sex appeal”, ni las destrezas técnicas que los modelos de los
medios anuncian que se requieren para
triunfar.
En
ocasiones nos preguntamos qué sucede con esos adultos jóvenes que son poco
menos que bultos en el entorno; han
terminado la preparatoria o una carrera profesional, pero tal parece que no se
animan a poner un pie fuera de casa para
comenzar a abrirse camino por cuenta propia. Los encontramos relegados,
apagados, como si llevaran colgado al
cuello un cartel que dijera “no puedo”. Habría qué averiguar qué proporción de
ese sentido de negación de ellos mismos proviene
de la interacción con los contenidos mediáticos, sobre todo cuando no hubo la
apropiada calidez familiar para que él o ella desarrollaran una firme autoestima.
En un
mundo de fantasía donde desnudarse vende bien; donde los personajes de la televisión amanecen
con el ojo pintado y cada cabello en su lugar, y en el
cual todos son dueños de grandes haciendas y lujosos yates, nuestros chicos que
navegan solos por el planeta no encuentran muchos elementos que les permitan
sentir que valen.
Extendamos
los brazos para desbaratar esas telarañas mediáticas que les asfixian, y
hacerles sentir nuestra aceptación y nuestro afecto por lo que verdaderamente
valen: Su propio ser.